sábado, octubre 5, 2024
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La historia de Gabriel Gallo

Por Miguel Santana.

Gallo, de pelea, del bueno, con raza pura y espuelas de acero para defender lo suyo con el corazón. Así se lee su apellido y también, se le da lectura a su mirada cada vez que a trabajar va, pero la verdad relata que se pronuncia como si tuviese una sola l, al estilo francés. Tiene pasaporte italiano, aunque sea más venezolano que la mismísima arepa. Valencia fue la ciudad que lo vio nacer, crecer y convertirse en uno de los mejores formadores del país. El camino tiene un porqué. Su mente es una nave y en ella, ha hecho viajes con dirección a varios tiempos.

Arranquemos con el portazo, con un golpe durísimo, que generó una herida aun no cicatrizada. Puede que el reloj no detenga su curso, pero algunas cosas quedan flotando en lo más profundo del sentimiento, como atrapadas en un lugar sin forma, aunque de vida al fin. Con apenas 17 años, Gabriel fue rechazado por un entrenador que dirigía al Carabobo Fútbol Club, elenco al cual perteneció en sus categorías inferiores, hasta que le llegó el turno de dar un salto hacia el más alto de todos los niveles. Fueron 45 días haciendo una pretemporada con máxima exigencia, llegando siempre de primero, obteniendo grandes resultados en las pruebas, dando lo mejor de sí y siendo tratado de una inolvidable manera: “italiano, tienes que irte a jugar a un club social. Aquí no tienes cabida, porque llegaron unos muchachos nuevos y necesito darles cama y comida”, le dijeron, así, sin anestesia, con nulo uso de la mano zurda.

Aturdido en el shock, decepcionado de la manera y triste por ver el sueño roto, juró dignificar la profesión de entrenador con un uso correcto del tacto, para que nadie transitara los caminos que él atravesó. Lloró en silencio, pero eso generó un inmenso ruido en su mente, para tomar una decisión tan rápida como trascendental, que cambiaría absolutamente todo el porvenir.

“Lo que sentí en aquella oportunidad, es algo que jamás quisiera que ningún jugador que pase por mis manos sienta. Obviamente no todos van a convertirse en profesionales, pero para mí, es importante que tengan al menos la oportunidad de empezar a luchar por un gran sueño”, aseveró el joven entrenador formativo, cada día más convencido de haber realizado lo correcto.   

Lleva 12 años trabajando en la Escuela Secasports, institución en la cual comenzó siendo monitor, pasando por trabajos de supervisión en el alquiler de canchas, preparador de arqueros y demás, hasta consolidarse como uno de los directores técnicos de mayor calidad y capacidad no solamente en el seno de dicha familia, sino también en toda la entidad carabobeña. Hace seis años fue parte del Deportivo Táchira, como asistente de Francesco Stifano, pero en Los Andes de Venezuela se dio cuenta de cuál era su verdadero lugar en todo este inmenso mundo.

“Aunque estaba cumpliendo la meta de llegar a Primera División, me percaté que mi verdadera labor estaba en fortalecer las fuerzas básicas, porque profesionalmente, tenemos muchos jugadores con coraje, ímpetu, ganas de trabajar y mucho más, pero también, con serias deficiencias formativas. Comprendí entonces que mi apoyo al fútbol nacional estaba ahí”, dijo.  

Y así fue como Gabriel Gallo, consolidó la idea de respaldar procesos desde el semillero, siendo una persona tan respetada como apreciada, con un alto nivel de exigencia hacia sus dirigidos, para alcanzar la excelencia que todos los días persigue desde que sale de casa. Ha obtenido muchos campeonatos, pero hay uno que ostente con mucho orgullo, el de ser un inolvidable.

“Cuando me convertí en papá, empecé a querer a la gente que de alguna manera ayuda a nuestros hijos a ser mejores en algo. Creo que por eso me he ganado el reconocimiento de los representantes de muchos niños y eso es algo que llevo conmigo en el corazón”, aseveró “Gabo”.

Su voluntad de hacer lo hace ver no solamente en alguien respetado, sino también, en una persona por demás apasionada hacia aquello que ama e intenta inculcar todos los días, porque Gallo no solamente canta el camino de los grandes futbolistas, sino de las buenas personas.

“Hace poco me tocó despedir a Carlos Montenegro, un muchacho que quiero muchísimo por todas las cosas que pasamos juntos y cuando se fue de la Escuela en dirección a asumir un nuevo reto, me regaló su camisa firmada. Eso significó demasiado, porque te hace ver lo que para ellos puedes llegar a representar. Soy alguien que no siente que trabaja porque todo lo hace con amor”, expresó con la voz cambiando a tono de emoción, porque por encima del entrenador, hay un humano.

En la nave de “Gabo” se encuentra un personaje dividido en dos tiempos. Está el técnico de enésimos, que hasta hace nada conversaba con Eduardo Fereira sobre metas que el camino vio materializadas, y se halla aquel muchacho cabizbajo, que lanzó un gancho al reto y no se dejó noquear por la injusticia. Ellos son uno y juntos, hablan con frecuencia. El adulto aconseja a su yo joven y le dice que nunca se rinda, que siga dando lo mejor y que entienda algo clave para continuar el sendero de la trascendencia: todo depende de cómo lo veas, porque caerse está permitido, porque solo se quedan sumergidos en el sinsabor aquellos que no saben reaccionar. ¡Vamos Gabriel, levántate y sigue andando! ¡Hazlo y sigue marcando vidas, porque de lo aprendido a lo enseñado se pasa por el puente del amor y tú amas todo lo que haces!

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