El remate más fuerte de Carlos Barreto no fue precisamente un tiro al arco, sino un grito de alegría, tan puro y sincero como si se tratase de un gol anotado en el último suspiro, aunque en esta ocasión, hablamos acerca de la concreción más real de todas, en zona de definición, con un nuevo llamado a la vida. Fue en 1996, año bisiesto, que comenzó un lunes, cuando Carla al mundo llegó. Era la hija del mítico jugador peruano, que encontró el amor en Venezuela y hasta vinotinto se hizo. De casualidad, también nacía Lele Pons y en el cine proyectaban Matilda, Atlético de Madrid ganaba La Liga y Juventus la Champions League.
Entonces, con el devenir de los acontecimientos muchas cosas sucedían, con una niña hecha a base de sangre sureña y amor por los tres colores, alumbrada por las estrellas de una nación que grande la vería ser, amando el mundo escondido dentro del balón. Ver a su padre jugando en las canchas amateurs del estado Aragua, más que un gusto, era un modo de vida. Sin querer, fue adentrándose a aquello que late al ritmo de 22 corazones y aunque nunca jugó en posición adelantada, sí se adelantó a pensar lo que para su futuro deseaba.
Han pasado casi 28 años desde aquel saludo al mundo, llegando para vivir amando todo lo que durante mucho tiempo ha sido un reto. La Casa Italia de Maracay era el segundo hogar y compartir con niños amantes del balompié le hizo abrazarse a la conquista de un sueño. Ella entendió que este deporte no solo se juega en la cancha, sino parte de lo que dentro de cada mente pensante exista. Ese fue el kilómetro cero, la gran razón para psicóloga ser.
“Algunos de mis amigos sentían una inmensa tristeza cuando fallaban un penal e incluso decían que no querían jugar más; otros se motivaban para seguir adelante y entregarse al máximo. Era todo un conglomerado de emociones que mi impulsó a ir más allá y así, ayudar al semejante. Mi gran meta era trabajar en la Vinotinto, lo deseaba siempre”, dijo.
Y así, fue tejiendo los hilos de un nido lleno de libros, pensamientos; construyendo sensaciones que daban cabida a nuevas direcciones, formándose para formar, insertando la firma de su indiscutida calidad en quienes creen que decir adiós es el paso ideal. Carla Barreto, la ahora adolescente, se sumergió en lo sincero para entender cada desespero. Fue futbolista, hizo de zaguera central y fue así como habló más allá de lo teóricamente sabido.
“Comencé a estudiar mi carrera en pleno boom Vinotinto de la Copa América 2011. Siempre decía en cada clase que quería ser psicóloga para trabajar en la selección y hasta en una conferencia de Carlos Raúl Rodríguez, le pedí que firmase mi libro dedicándose a la futura psicóloga Vinotinto. Era algo que estaba claro desde el día uno”, reconoció.
Con la arena cayendo, el reloj era su principal aliado: exámenes venían, las pruebas fueron superadas, la vida cantaba al ritmo de su exigencia, pero Carla, obsesa de la excelencia, aprovechaba cada momento para enaltecer su sabiduría. Asistió al Olímpico Hermanos Ghersi Páez para presenciar un juego del Aragua F.C. y algo decretó: “quiero trabajar aquí”.
Su principal herramienta es el nivel de compromiso. Ser el factor diferencial del dicho al hecho, fortaleciendo a quienes pudiera haber perdido la esperanza, le hizo ganarse el respeto de muchos. Aragua, Yaracuyanos, Carabobo y Mineros después, es reconocida. Pero no solo de eso hablamos, porque a la Vinotinto llegó y a aquella pequeña le cumplió.
“El día que escriba un libro, hablaré acerca de lo que para mí cada equipo significa. Todos tienen algo especial, desde lo familiar que fue Aragua, hasta la resiliencia que desarrollé en Yaracuyanos, pasando por lo que significó estar en Mineros y terminando con una Copa Libertadores de América en Carabobo. Parece mentira, pero el tiempo se fue rápido”, expresó. Ahora, está al frente de un interesantísimo proyecto personal, pero el fútbol es el amor que mata y los amores que matan nunca mueren. La puerta para volver está abierta.
Está viviendo la maravillosa experiencia que significa ser madre, y eso ha sido lo que precisamente le indica el propósito de ayudar a los demás. En su esencia está colocar los efectos de su accionar en corazones que a punto de romperse están. Ella ama lo que hace.
“El fútbol te da amistades increíbles, momentos, vivencias y cosas que no tienen comparación con nada. En mi caso, hasta mi esposo, y una familia hermosa”, expresó. Pero también tiene un propósito: cuidar la salud mental y que eso sirva como factor para potenciar al talento. Carla nunca tomó un bate, pero está en el circulo de espera y sabe lo mucho que vale la trascendencia de su orgullo profundo. Es una profesional de calidad inmensa, no tan grande como el sentido de su humanidad. Carlos todavía marca goles, de vez en cuando vuelve a las canchas con espíritu amateur, pero su mejor anotación sigue siendo ver cómo su descendencia ha ganado espacio en el complejo universo de la pelota.