martes, diciembre 3, 2024
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Miguel, un rostro de Maracay

Desde ser el tipo más reconocido de la vida nocturna maracayera, hasta rebajar 20 kilos enfrentándose a la más cruda necesidad. Nació en la “Ciudad Jardín” y los valles lo vieron crecer mientras se abrazaba a la ilusión de ser futbolista y con ello salir adelante junto a una hermosa y unida familia, pero los caprichos del destino hicieron que forjara un carácter de hombre trabajador, ágil con la bola, hasta que su primera pelota de billetes hizo que todo cambiara de manera radical. A sus casi 39 años, analiza la vida con sabiduría, reconoce haber cometido errores de los que se arrepiente, avanza en dirección al cumplimiento de nuevas metas y tiene una inspiración que se parece a él. Lo aman y respetan porque se ha ganado el corazón de una metrópoli que conoce sobre su calidad, habla inglés porque vivió en Estados Unidos y, por si fuera poco, su vida apenas comienza.

El 23 de junio de 1985, ninguno de los presentes en el Hospital Central de Maracay imaginó que al mundo llegaba una estrella, porque, aunque no deleite a las gradas con su capacidad en el dominio de la esférica, hace que la estancia en Bosque Pino esté llena de atención al más alto nivel. Eso sucede porque desde pequeño se acostumbró a trabajar, cuando a los 13 años lavaba carros al norte de América para comprarles juguetes a su cercanos. Tener para dar, ese lema caracteriza su esencia como hombre de gran corazón.

Todo comenzó en El Milagro, donde Dios obró a favor de la alegría en el seno de una humilde morada, en la que “chino” era el apodo más representativo para referirse a su identidad. Soledad siempre estaba en su compañía, pues aquella abuela le demostró el más puro de todos los amores, llamándolo a comer, arropándolo en difíciles momentos y haciendo los deberes de alguien quien, desde lo más real del alma, adoraba a su nietecito.

A partir de aquí, conoceremos su real identidad: Miguel Infante Atehortúa, el niño pirómano que acabó con toda una colección de ropa hecha por su madre, cuando con un fósforo casi termina incendiando la casa, y aunque lejos quedó esa adicción por el fuego, hoy la llama de su pasión lo convierte en uno de los hombres más trabajadores de Aragua.

“Viví una infancia hermosa, tranquila, rodeado de gente a quienes amo profundamente, estudiando y queriéndome siempre superar. Tengo dos papás, el de sangre, a quien quiero muchísimo y la segunda pareja de mi mamá, quien también siempre estuvo ahí”, expresó, sintiéndose afortunado por tener compañeros de vida llenos de grandes valores.

Por temas de trabajo, su familia se trasladó en dirección a Bogotá, donde vivió parte de su infancia, sobreviviendo a los últimos años de Pablo Emilio Escobar y sus efectos, admirando siempre la rica historia futbolística del vecino país, hasta siendo parte de una escuela en la que comenzó a dar pasos importantes para enamorarse del balón. Fue una época importante para el desarrollo personal, hasta que llegó el momento de viajar hacia Norteamérica, conociendo distintas ciudades, asistiendo a diversos espectáculos y sacando provecho para aprender el idioma universal. Todo eso le ha servido para saberse defender.

“Fueron tiempos que de verdad llevo en el corazón, experiencias únicas, que te hacen sentir una persona afortunada. Cuando estás en otro país aprendes culturas nuevas, lo que te convierte en alguien con otra visión. Me considero un tipo agradecido”, aseveró.

Pero en un momento determinado, ocurrió lo que en el fondo de su ser anhelaba: regresar a la tierra que lo vio nacer, por lo que, en 1997, volvió a Maracay, ahora bajo el cuidado de sus abuelos, compartiendo y aprendiendo diariamente de “Pacho”, quien le enseñó la importancia de saber aprovechar los momentos, ser humilde y trabajar para alguien ser.

“Lo que significó mi abuelo en mi vida es algo que no puedo describir con palabras. Siempre que pienso en él, se me ponen los ojos aguados. Impactó mucho en mi manera de ser, supo enseñarme cómo hacer para enfrentarme a la vida, jamás me dejó solo y mucho de lo que sé, fue gracias a las conversaciones que siempre sosteníamos”, confesó. 

El cariño por la esférica nunca cesó. Ramiro, histórico entrenador de La Trinidad, fue a casa de Miguel para llevárselo a jugar en representación de la escuela, donde coincidió con la generación de Ángel Chourio y Anderson Arciniegas, además de hacerse amigo de Ender Rodríguez, Orlando Montanari, Rubén Rojas y muchos más. El fútbol fue su gran herramienta educativa, debutando en La Pica, donde su elenco ganó por forfait. Infante era un infantil con ganas de madurar a través de cada jornada, pero ciertas condiciones aplicaron y fue entonces cuando, por culpa del amor, encontró una nueva gran motivación.

“Me enamoré de una persona y para invitarla a salir, tenía que trabajar. Nunca fui alguien de quedarme en la casa esperando que los demás resolvieran por mí, así que entendí desde un primer momento que el dinero estaba en la calle y debía buscarlo”, dijo. Hizo de todo: trabajó en un centro hípico, fue parte de un taller mecánico y mil cosas más, todo con tal de ganarse la vida dignamente y poder compartir el pan con los suyos.

De nuevo lo llamó Venezuela, donde trabajó en la cadena Mc Donalds, fue galponero, crió pollos, hizo de taxista y demás. Nació Luis Fernando, su amor incondicional, quien actualmente estudia Fisioterapia en la Universidad Arturo Michelena de San Diego. Ya había otra clase de responsabilidad en la vida, así que rendirse siempre fue algo prohibido.

“Seguía jugando fútbol, hasta que empecé a trabajar en el Casino de Las Américas y cuando cobré mi primer sobre, me di cuenta que ganaba lo mismo que un jugador extranjero en el Aragua F.C. Por eso dejé de intentarlo como arquero, y ahí terminó”, aseguró. Ahí, su alianza con la noche marcó el camino de un tipo conocido por bastantes.

Miguel pasó por toda clase de ciclos, desde tener mucho en sus bolsillos, hasta usar un carro viejo para trasladar a algunos por las noches, en ese fatídico 2016, cuando nada salía. Llegó incluso a ser mesonero sin conocimientos, pero con un inmenso deseo de subir como la espuma, llorando a solas, cuestionándose decisiones y jamás sucumbiendo ante los efectos de épocas duras. Desarrolló la resiliencia, su fe se afianza a las 11:11 y es feliz.

Después de vender empanadas, gracias a un amigo de Ocumare que le enseñó las mejores recetas, la puerta de su nueva casa se abrió, llegando a Bosque Pino desde el kilometro cero. Ahí, ha generado una imagen que suena en cualquier rincón, todo por su distinguida manera de ser y hacer, logrando que cada consumidor sienta que está en un hogar. Es un aragüeño de oro, que, con su elenco, Deportivo Aragua, vuelve a sentirse futbolista de vez en cuando, en el momento que la pasión le pide un espacio para divertirse. Por encima de todo, es amigo de sus amigos, tipo incondicional y un tipo cuya vida apenas está iniciando.

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