Por Guillermo Liñares.
La derrota de Venezuela a manos de Estados Unidos en cuartos de final del Clásico Mundial de Beisbol deja un sabor amargo. Y lo hace por las condiciones que llegaba este grupo a la fase final del torneo.
Venezuela tenía récord de 4-0 a la hora de medirse con la potente alineación americana. El reto era mayúsculo porque no solo jugábamos contra la mayor potencia del beisbol, sino que enfrente había jugadores que ostentan los contratos más lucrativos del deporte.
Enfrentar a Tim Anderson, Mookie Betts, Mike Trout, Paul Goldschmidt, Trea Turner, Nolan Arenado, Kyle Tucker y compañía no era labor fácil, ya que hablamos de toleteros súper estrellas en sus equipos de MLB, hombres que han sido capaces de protagonizar los momentos más cruciales del denominado mejor beisbol del mundo.
Pero duele. Y es una herida que tardará en sanar por las circunstancias que llegaba Venezuela a ese fatídico octavo inning. Haber remontado una desventaja de tres carreras con los jonrones de Luis Arráez, el doble de Salvador Pérez o el elevado de sacrificio de Ronald Acuña Jr. presagiaba un desenlace completamente distinto.
Hay responsabilidad del cuerpo técnico por haber dejado de más a José Quijada. Sí. Esa es una obviedad, más allá de que Omar López defendió en rueda de prensa su postura de mantener al zurdo de Caripito porque José Alvarado tenía limitaciones y no quería correr el riesgo de que se extendiera en el episodio.
El único que estaba listo era Silvino Bracho, quien debió entrar con las bases llenas para medirse a un Trea Turner al que tenía en dos strikes y le dejó un cambio de velocidad en toda la zona de poder que no desaprovechó. Un mal picheo echó todo al traste.
La opinión pública siente que Omar se traicionó a sí mismo, y lo hizo porque previamente había recurrido a un plan que tenía a su trio Quijada – Silvino y Alvarado como los encargados de los tres últimos innings. Quizás si Silvino entraba con el episodio limpio la historia hubiese sido otra. No lo sabremos, pero sí conocemos que después de recibir el Grand Slam fue capaz de dominar a Mookie Betts, Mike Trout y Paul Goldschmidt. Dos de ellos por la vía del ponche.
Una de las grandes peculiaridades que tiene la pelota es que te va mostrando cómo va el desarrollo del juego. Los matchup, los enfrentamientos en determinados momentos que, ejecutando de la forma más lógica posible, te acerca más a la victoria. No es una realidad absoluta porque en el deporte el factor sorpresa es imponderable, pero las posibilidades de salir airoso son mucho mayores.
Así como se señala eso, es igual de justo decir que también ocurrieron hechos como jugadas mal ejecutadas que terminaron pasando factura. Pasó en el primer inning con las tres carreras, con aquel elevado de Mike Trout que no se tomó, con aquel disparo que José Altuve no dominó de Andrés Giménez, o el octavo capítulo donde, tras Ronald Acuña Jr empezar con doblete, no anotamos. No se dio el batazo, no se jugó buena defensa, parte de unos detalles que en un juego tan místico como el beisbol terminan por condenarte.
Es este el cruel final para un grupo que mostró química, esa palabrita que es tan cliché para algunos pero que abarca todo: cohesión, armonía, enfoque y determinación. Había ganas de ganar este Clásico Mundial, nuestro primer Mundial. No podrá ser.
Venezuela llora hoy una derrota que deja un final trágico. Habrá que seguir esperando para ganar el primer Mundial de nuestra historia. Honor a quienes se entregaron en cuerpo y alma para tratar de conseguirlo. No pudo ser.
Nuestra pelota, que presume de ser de la mejor del Caribe, vuelve a irse sin el trofeo. Y esta vez duele, y mucho.
A esperar al 2026 para tomar desquite.